Acelerado, el tiempo, cuando algunos cuentan a sus hijos aquellas pequeñas cosas que ya no se usan, no se juegan ni se comen, parecen extraer recuerdos de una vida anterior. Aquí, algunos, para nutrir la nostalgia, alimentar la historia y tal vez hacer reir a los más chicos.
Era un rito: sacar a la noche el cajón con las botellas vacías para que el lechero las cambiara. La historia del tarro de leche, era antigua.
En nuestro país, el embotellado de la leche en vidrio se calcula cerca del Centenario de la Patria, cuando “La San Vicente ” se instaló en Buenos Aires y fue una de las primeras usinas en repartir leche pasteurizada en aquellas botellas de vidrio verde con boca ancha y tapita rara.
Algunas eran importadas de Alemania, Inglaterra o los Estados Unidos. Alentadas por el consumo, las industrias locales comenzaron a remplazar los envases .
Así, a principio del siglo XX, estaban las botellas con cierre de resorte y y tapa de vidrio o cerámica con arandelas de goma. Después se cambieron por tapas lisas de cartón y más adelante por las de aluminio, parecidas a las que actualmente traen las botellitas plásticas del yogur.
Por las noches se dejaba la botella, con el dinero, sí con el dinero debajo, para que a la mañana el lechero se la llevara y dejara la leche fresca.
Algunas botellas tenían manijas de alambre, muy útil cuando no estaba difundido el envío a domicilio.
La leche traía una capa de “crema” que sellaba la botella obligatoriamente y se hervía en hervidores ad hoc que aún se consiguen, con su tapa agujereada y de aluminio.
En 1889, Vicente Casaares, funda "La Martona", que produce leche higienizada, filtrada y clasificada y también dulce de leche. Reparte 20.000 litros diarios de leche.
En 1962, recién instalada “La Serenísima” se radica la primera embotelladora, de 12.000 envases por hora.
A casa llegaba la leche “use” que luego supe era de Usina Santa Elena.
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