Vista de la avenida 9 de Julio en el corazón porteño, antes de las obras para el Metrobus |
Un día de casualidades, fue el de ayer. Por la mañana tomé un taxi y el conductor, recurrente en quienes ejercen esa actividad, arremtió contra las calles en obra y el apodado Metrobus. “Mauricio –dijo con cierta familiaridad hacia el jefe de gobierno- parece Cacciatore (exintendente porteño de la última dictadura militar): puro hierro y cemento, como esas plazas secas”. Y sí, pensé. Recordé las autopistas y la 9 de Julio y ese Metrobus, mero carril para que pasen los colectivos de siempre.
Por la noche pasé, por casualidad, por la 9 de Julio y me dio ganas de llorar al contemplar una sobreviente plazoleta repleta de árboles junto a la destrucción de otras.
Cuando la ciudad crecía se pensaron grandes transformaciones, como la de abrir esa vía. Como otras similares (la apertura de la venida de Mayo, las Diagonales…) esas obras necesitaron de coraje, pero también de una visión goblal. Necesitó tiempo, más de 30 años desde el proyecto a su ejecución.
Esa visión apunta hoy en el mundo a recuperar el pensamiento sobre una mejor calidad de vida, el medio ambiente y la estética entre otras cuestiones. La sustentabilidad y la adaptación a los cambios. Hay más.
Entonces para hacer la 9 de julio se expropiaron, y derribaron, unas dos manzanas completas, sin contar la implantación del “adefesio” como le llamó el Concejo Deliberante al Obelisco, allá por 1936.
Y además, la avenida cuenta (ahora menos) con “Paseos”, una suerte de plazoletas arboladas pensadas ni más ni menos que por el jardinero de Buenos Aires, Carlos Thays. No hubo otro igual y es tan abarcativa y numerosa su obra que da muestras de la pasión a tiempo completo que entregó pensando en una ciudad, en su totalidad. Y así plantó en la nueva avenida distintas especies de acuerdo a sus colores y sus aromas y hasta se trasladó un ombú de 14 toneladas desde el Hospital Rivadavia.
Hierros y cemento. El carril con el pomposo apodo de Metrobus será eso. Parece el resultado de la ignorancia, pero es el resultado de una política. La prioridad es que los automóviles circulen con rapidez y tal vez que los peatones ahorren unos minutos en el traslado en colectivos. Nada de la estética, el medio ambiente, la recreación del espíritu.
Qué raro, cuando se habla de la vida lenta, de la necesidad de desacelerar, en la Ciudad de Buenos Aires se hacen obras para alentar el frenesí. Cuando en las ciudades modernas se entierran las vías rápidas, aquí se construye un carril a cielo abierto, a costa de metros cuadrados de espacio verde, de tierra que tomará el agua de las tormentas, de árboles que mejorarán el clima junto a los vientos.
Cuando Carlos Thays se presentó al concurso para optar al cargo de Director de Paseos de la Ciudad de Buenos Aires, escribió : “al principio el hombre se ocupó de las plantas que encontraba con el único objeto de emplearlas para su alimentación o para hacer uso de sus propiedades curativas y medicinales ; después paulatinamente cuando la sensación de lo bello despertó en un su ser, él pudo percibir el exquisito encanto que ofrecen las flores así como ciertas plantas y desde entonces le vino el deseo de asociarlas a su existencia”.
“De ahí nació el jardín. Para abrigarse de los vientos , de las lluvias y de los ardores del sol, el hombre cololó su habitación en cercanía de árboles protectores (…)”
Definitivamente el paisaje urbano, la postal de la Ciudad de Buenos Aires, ha quedado estropeada y hay que esperar quién explique, como lo hacía Thays con respecto a los jardines, cuáles son las caras razones para priorizar la velocidad del automóvil, el cemento y los hierros.
Buenos Aires Me quiere, pero el Metrobus es feo.
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