Dos años políticos para los porteños



por Patricia García

Con una agenda de viajes al interior de la Argentina y un presupuesto generoso para obra pública, el actor que estará más expuesto en los próximos dos años en la Capital Federal, que ya lanzó su carrera, buscará atravesar los obstáculos que se le presentaron en la elecciones de 2013.

Después de todo, si lo logró Fernando de la Rúa y lo soñó Aníbal Ibarra, Mauricio Macri también puede pensar que son sólo cien pasos desde su despacho a La Rosada.

Un buen resultado en las urnas en la geografía que comanda, como el que tuvo en los últimos comicios, no le garantiza esas chances ante una tropa de simpatizantes que no tendría ningún tipo de dilema psicológico para votar, llegado el caso, a Sergio Massa. Por eso no resultó inexplicable que en medio de la campaña electoral el jefe de Gobierno haya salido a despegarse de ese intendente que le coló candidatos en sus boletas. Un competidor que no esperaba.

Y si 2013 fue la parada electoral para medir fuerzas hacia 2015, el año que viene encontrará al mandatario de la Ciudad de Buenos Aires enfrentando las dificultades de armar una base sustentable para su candidatura presidencial, especialmente en la provincia de Buenos Aires, y mantener firme las voluntades en su territorio de origen. El desafío será expandir el fenómeno PRO que aparace aún como una manifestación puramente local, más anclada sobre la base de un sentimiento antiperonista, del peronismo en sus diversas expresiones, que acumulan los porteños, que sobre las alabanzas a una gestión poco vista en profundidad o detalles.

Uno de esos detalles, por cierto, es la conformación misma de la agrupación, donde sus principales hacedores provienen del PJ y del radicalismo cuando el jefe porteño manifiesta sus deseos de convertir al PRO en una "tercera vía" entre esas dos opciones.

Entonces Macri, a quien la clase política no termina de sellarle el pasaporte, encierra un raro caso político. Por un lado, su administración ha aumentado considerablemente el gasto corriente, en una contabilidad que el público simpatizante de las políticas liberales le hubiera reprochado con dureza a un Gobierno populista.

Lo mismo ocurriría con la deuda, de crecimiento exponencial, que está dejando para sus sucesores en la Ciudad de Buenos Aires sin un impacto importante, todavía, en obra pública o mejoras del espacio urbano y ni qué decir de los aumentos progresivos del impuestos inmobiliario, que serían imperdonables en otro momento político para los vecinos o para un Gobierno de otro signo.

Pero el jefe de Gobierno cultiva una fórmula que le sigue dando éxito, manteniendo parcelas clásicas al gusto de los porteños, como la oferta cultural, remachando sus males sobre la herencia recibida y las trabas que le imprime a su gestión el Gobierno nacional.

Mientras esboza un proyecto de ciudad, afila su objetivo primordial, también clásico, como el de tomar a la Capital Federal de muestrario para una carrera mayor. Y si el carril para colectivos que destruyó la postal de Buenos Aires en el eje más representativo, que apodan Metrobus, es feo o inútil, lo principal es que al haber cumplido con eficacia la devolución en votos, se intentará reproducir sobre otras vías con la idea de renovar las adhesiones.

Macri deberá resolver cómo se posiciona en la provincia de Buenos Aires, distrito clave, pero también en la Ciudad, donde le ha nacido un nuevo competidor en el arco anti-K. Por ahora UNEN es débil en su funcionamiento y aunque se proponga expandirse también mirando 2015, es otro fenómeno político local por el momento, que intentará (de persistir) hacerle contrapeso al PRO, tanto por la sucesión porteña como por la carrera nacional, bajo el cielo que comparten.

Comienzan entonces para el jefe de Gobierno dos años con las valijas listas para recorrer las provincias del país con el propósito de reforzar su estructura, pero también para agilizar la obra pública en la Ciudad de Buenos Aires que quiere mostrarle al resto de la Argentina como el principal haber para su candidatura.

Por eso es clave que Macri haya creado un ministerio, el de Gobierno, puramente político, eje de las proyecciones y los planes a futuro. Casi un área proselitista si no integrara la grilla oficial de los ministerios de la Ciudad. El dilema de Macri será, en un plazo corto, insistir en soledad con su tropa o aceptar un socio principal con todas las resignaciones que esa opción podría tener.

Al mismo tiempo, claro, ya está lanzada la competencia por la herencia del sillón mayor del distrito vidriera, con una interna feroz y actores inesperados que buscarán dentro del PRO ser bendecidos como sucesores. En la oposición el frenesí no será menor, con un kirchnerismo que no ha definido todavía la pelea y el combo UNEN que minimiza la batalla local por el momento. Esos enfrentamientos repercutirán a la hora de darle el voto al PRO para ampliar la movida en infraestructura que planifica, con abundante oferta al sector privado para hacer inversiones sobre espacios públicos, la concesión de permisos para construcciones y un plan intenso de obras viales, entre otras iniciativas, algunas de las cuales no lograron en 2013 salir del recinto legislativo.

Como sea, Macri cuenta con un presupuesto de algo más de $ 54.000 millones que calculó con una inflación del 24%, que le permitirá readecuar los precios sin sobresaltos para los proveedores y contratistas y sin dificultades para reactualizar sus gastos corrientes, mientras sigue la carrera.

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